
Este domingo hacemos una pausa en el Tiempo Ordinario del año eclesiástico para celebrar la Fiesta de la Transfiguración de Jesús. Fue añadida al calendario eclesiástico para este día por el Papa Calixto III para celebrar la derrota de los turcos en Belgrado en 1457. También conmemora el horrendo recuerdo de la explosión atómica sobre Hiroshima que tuvo lugar en este
día en 1945.
Si ha visto la reciente película "Oppenheimer" habrá visto los detalles de esta atrocidad
nuclear. No sólo fue destruida Hiroshima, sino también Nagasaki tres días después. Murieron más de 110.000 personas. El legado de Oppenheimer es complejo como científico
brillante y como hombre que llevó al mundo por un camino peligroso. Oppenheimer pensó que estaba haciendo lo correcto y pensó que estaba protegiendo los Estados Unidos. Es muy contradictorio, porque por un lado hay que admirar su brillantez, pero por otro también es una figura trágica porque lo que hizo nos condujo a la era nuclear. Fue el precursor de algo que podía destruirlo todo.
En los más de 78 años transcurridos desde que Oppenheimer dirigió el Proyecto Manhattan para producir las primeras armas nucleares del mundo, los Estados Unidos y Rusia han
acumulado 5.244 y 5.899 cabezas nucleares, respectivamente, según los últimos datos de la Federación de Científicos Estadounidenses. En todo el mundo hay unas 12.500 cabezas
nucleares, según los datos. Así pues, hoy necesitamos la Transfiguración de Jesús. Necesitamos al Señor Jesús.
En el Evangelio de hoy era oportuno que Jesús se manifestara en su gloria a los apóstoles, porque los que van por un camino difícil necesitan tener una idea clara de la meta de su
viaje. El camino difícil es la vida, con todos sus sufrimientos, fracasos, decepciones e
injusticias. Por eso necesitamos esta fiesta para que nos guíe en los momentos difíciles. Sería fácil ceder a la desesperación si no tuviéramos una visión de la gloria que llega al final de este viaje. Y esta es la razón por la que Jesús, antes de viajar a Jerusalén para recorrer el camino de la cruz, por un breve momento, permite que la luz brille a través de Él.
Aunque vivimos y nos movemos dentro de los límites del espacio y del tiempo en este
mundo, no estamos destinados en última instancia a este mundo; estamos llamados a la
vida en las alturas con Dios, transformando el estado de nuestra existencia. Que la
Transfiguración de Jesús que celebramos hoy despierte nuestro sentido de la maravilla y fortalezca nuestro valor para hacer frente a las tinieblas del mal. Recemos hoy con más
ahínco por la paz en nuestro mundo.
Padre Mark Zacker
Párroco
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