Jesús habita en lo más profundo de tu alma. Él te habla continuamente, incluso cuando no lo estás buscando, tal como un padre le habla a su bebé recién nacido, aunque probablemente el bebé no lo pueda entender. Dios se comunica contigo continuamente en lo más profundo de tu alma. En la oración enfocamos nuestra mente, nuestra imaginación, memoria y voluntad en Su presencia dentro de nosotros. Orar es estar atentos a la presencia de Dios que vive dentro de nosotros. No necesitamos buscar arduamente para encontrarlo porque Él habita en nuestro interior. Cuanto más enfoquemos nuestra mente, voluntad y todo nuestro ser hacia esta amorosa Presencia, más abrimos nuestros corazones para recibir el amor que Dios tiene para nosotros y más conoceremos a Aquél que nos ama. El amor de Dios es inmenso, tanto que cuando nos encontramos con Él, su amor penetra en nuestro ser tan profundamente que nos transforma, purifica, fortalece, e incendía nuestro interior.
Cuando nos acerquemos al Señor, que ya vive en nosotros, no debemos hacerlo como tristemente lo hacen algunos cristianos, como si fuera nuestro esclavo y deseando que se someta a nuestra voluntad. No, como católicos nos acercamos al Señor con gran humildad, reconociendo que no merecemos el amor que nos tiene, y deseamos que nuestra vida y voluntad se ajusten a Él y a su voluntad. Cuando vamos a orar y estamos atentos a la presencia amorosa de Dios que vive en nosotros, y también, como en cualquier relación ponemos atención a tres cosas: con quién estamos hablando, quiénes somos y qué decimos o pedimos.
En primer lugar, nos presentamos reconociendo con quién estamos hablando: que nos estamos dirigiendo al Dios de toda la creación, el Todo Poderoso, quien creó todo de la nada y sostiene todas las cosas en el ser, quien eligió a cada uno de nosotros para existir y derramar su amor en nosotros con el amor más profundo que jamás conoceremos. Reconocemos que nos acercamos al Dios cuya naturaleza es completamente distinta a la de nosotros y, sin embargo, al mismo tiempo habita dentro de nosotros, y estamos llamados a sentirnos maravillados y asombrados ante la belleza y la gloria de Dios dentro de nosotros.
En segundo lugar, en humildad reconocemos que no merecemos el amor que Dios nos da. Reconocemos que somos criaturas imperfectas en necesidad de la gracia y la salvación de Dios, y también reconocemos que, de una manera maravillosa, fuimos creados en la imagen y semejanza gloriosa y hermosa de Dios y, por lo tanto, podemos abrirnos con confianza para recibir Su amor.
En tercer lugar, prestamos atención a lo que le decimos al Señor, hablando desde nuestro corazón, dándole nuestros deseos, nuestras emociones, nuestras esperanzas para el futuro, nuestros sufrimientos y nuestras luchas, todo dentro del contexto de entender quién es Dios y quiénes somos nosotros.
Así, dejemos que estas verdades nos lleven más profundamente dentro de nosotros mismos para encontrar al Dios que habita en nosotros.
P. Tim, Vicario Parroquial
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