Las Escrituras a veces pueden ser confusas. Sabemos que Dios creó todo y lo llamó todo “bueno”. Pero en la lectura del Evangelio de hoy, Jesús parece sugerir que participar en esta buena creación (tener suficiente para comer, poder satisfacer nuestras necesidades materiales y disfrutar de nosotros mismos y de la tierra) es algo malo, incluso una maldición. ¿Que esta pasando?
Ninguna de estas cosas (riqueza, buena comida, risas o elogios) son malas por derecho propio. El problema es cuando estamos satisfechos con estas cosas terrenales, cuando estamos tan llenos de ellas que perdemos el deseo de Dios.
En contraste, Jesús alaba a los que están vacíos —los pobres, los hambrientos, los afligidos y los excluidos— nuevamente, no porque la pobreza o el hambre o cualquiera de estas cosas sean buenas en sí mismas, sino porque cuando nos encontramos en estas condiciones, estamos más abiertos a Dios. Sabemos que nada aquí finalmente nos satisfacerá, por lo que nos volvemos a Él.
La Iglesia llama a esto la virtud de la pobreza espiritual, y puede transformar la forma en que pensamos acerca de la riqueza. En lugar de que la riqueza se convierta en una especie de bola y cadena que nos aprisiona y nos detiene, la pobreza espiritual nos permite ver que todo lo que tenemos es un regalo, un regalo que Dios nos ha confiado y nos pide que lo usemos con prudencia como Sus administradores. Tengamos en cuenta la virtud de la pobreza espiritual al discernir, como comunidad y como familias, cómo podemos apoyar nuestra Campaña Ministerial Diocesana.
P Mark Zacker
Administrador parroquial
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