Mi madre era costurera y cocinera. Mi padre era minero del carbón y obrero de la constr

ucción. Llevé periódicos seis días a la semana durante la prepa. Y encima trabajé en un supermercado. Pero siempre íbamos a Misa los domingos. Era nuestro día de descanso, ¡y lo necesitábamos y lo apreciábamos!
Si nos esforzamos por vivir como discípulos, no va a ser fácil. ¡Es un trabajo diario! Renunciar al yo y vivir para Cristo y los demás es duro. Es el trabajo de toda una vida. Pero al final, es el único trabajo que realmente importa y la única vida que verdaderamente satisface.
Nuestro pasaje evangélico, de San Mateo, refleja este desafío. Jesús dice a sus discípulos: "El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga.” Esto suena duro. ¿Por qué querría alguien hacer esto?
Nuestro Señor tiene la respuesta, por supuesto. "El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará.”
Todo es cuestión de amor. Jesús nos amó (y nos ama) totalmente, dándonos todo de Sí mismo en la Cruz, en Su Palabra y en los Sacramentos, especialmente en la Sagrada Eucaristía.
Y así debemos elegir: amor a uno mismo, o amor a Dios y a los demás - lo cual es duro, pero satisfactorio y conduce a la recompensa eterna del cielo. Jesús promete “ha de venir rodeado de la gloria de su Padre, en compañía de sus ángeles y entonces le dará a cada uno lo que merecen sus obras."
Tomemos la dura decisión de renunciar nuestra vida por Cristo en respuesta agradecida a su amor. Sinceramente, ¿qué vida mejor podría haber?
P. Mark Zacker
Párroco